
Uno de los trucos más sucios que se le juegan a nuestra civilización actual es promover la idea de que para crear es necesario sufrir. Que «de poetas y de locos…» Que mientras más problemas emocionales y mentales tiene un artista, más genial será su producción. Y para «probar» este venenoso concepto, se citan las trágicas historias de cientos y cientos de artistas.
Naturalmente, se trata no sólo de una falsedad, sino de una mentira creada, legitimada, santificada, perpetuada y promovida por seres con intereses creados, cuya vileza excede la imaginación más desbocada. Es una lástima que a veces, inadvertidamente, los propios artistas se conviertan en sus promotores.
Por un lado, no deja de ser interesante el hecho de que si estas afirmaciones fuesen ciertas, la conclusión «lógica» sería que el trastorno mental es algo completamente deseable, al menos para quien desee dedicarse a la expresión artística…. Por otro lado, no hay que ser un genio para adivinar a quién le conviene que haya cada vez más personas con «problemas mentales». Ni tampoco es necesario un Doctorado de Harvard en Economía para hacerse una idea de los astronómicos ingresos que pueden provenir del «tratamiento» de tales males, especialmente cuando se trata de una celebridad.
Hay innumerables enfoques para este tema, algunos de los cuales me gustaría cubrir en algún momento. Por ejemplo: Porqué los artistas parecen atraer a personas que tarde o temprano los reducirán a una ruina humana. Porqué tantos y tantos entre ellos, perdieron su capacidad creativa y hasta sus vidas luego de someterse a «tratamientos» violentos por demás. Cuál es el mecanismo en que se envuelven, que les lleva a buscar una ayuda «profesional» que más temprano que tarde arruinará o terminará con sus vidas. A cuánto pueden ascender las ganancias económicas que obtienen quienes destruyen estas vidas. Y la lista continua y continua… Por ahora me limitaré a plantear sólo dos argumentos, fruto de mi propia experiencia y observación, como fundamento para afirmar que NO es preciso sufrir para crear, sino todo lo contrario.
- Mientras más bajamos por la Escala Tonal, menos control tenemos sobre nuestras emociones. Esto significa que a medida que descendemos (desde la desesperante monotonía, hasta la insensibilidad total de la apatía, pasando por antagonismo, ira, miedo, angustia, pesar, sentirse una víctima…), cada vez es más difícil cambiar nuestro estado de ánimo a voluntad. Así, es más fácil «animarnos» si estamos aburridos o incluso enojados, que si estamos deprimidos. Mientras más bajamos, entonces, más pegajoso, mas fijo se vuelve nuestro estado de ánimo.
¿Cómo se aplica esto al arte? Por ejemplo el caso de dos actores, ambos talentosos y conocidos.. Digamos que el primero se encuentra usualmente en la parte alta de la Escala, mínimamente en alegría o incluso en júbilo. El segundo, se encuentra normalmente por debajo de antagonismo, digamos que en ira crónica….
Nuestro primer actor, sería capaz de interpretar magistral y fácilmente cualquier papel, absolutamente cualquiera: héroe, villano, débil mental, mujer, niño…. y sus interpretaciones serían creíbles y aclamadas. El segundo, sería del tipo que sólo se interpreta a sí mismo, que puede hacer únicamente un tipo de personaje (que, normalmente, encaja con su propia posición en la escala), y que cuando intenta interpreta otros roles, no tiene éxito. Lo mismo, exactamente, le ocurriría a un pintor, a un escritor, a un fotógrafo, a un músico, tanto con los temas que escoge, como con el tipo de emoción que les imprime.
Igual que sucede con un pintor muy malo para el dibujo que te dice: «haré este dibujo rápidamente, ya sabes, sin detalles, para no perder tiempo y pasar a la parte del color, que es mi favorita» este segundo actor tratará de convencerte –y de convencerse a sí mismo– de que ése es el tipo de personaje que «prefiere», el que le gusta, el único válido de algún modo. Pero lo cierto es que está limitado. No es que «no quiera» interpretar otros roles, otras emociones, es que no puede. Y ¿qué hay de deseable en una limitación?
- Nuestra posición en la Escala Tonal, determina la cantidad y la calidad de la comunicación que originamos. Por ejemplo, de aburrimiento hacia arriba, somos capaces de intercambio cada vez más intenso, creativo y rápido sobre ideas y creencias. Pero a medida que descendemos, cada vez nos es más difícil querer y poder comunicanos y cuando a pesar de ello lo hacemos, muchas veces ocurre en detrimento de la calidad, del efecto causado con nuestra comunicación. Así, en antagonismo, buscamos pelea; en ira los temas se reducen a muerte o destrucción y comenzamos a mentir, a fingir; en pesar (depresión, tristeza, melancolía), nos resulta prácticamente imposible originar –y hasta responder– comunicación de cualquier clase y nos introvertimos cada vez más…
Vemos entonces que mientras más abajo se encuentra un artista en la escala, menos arte producirá, ya que el arte no es más que una forma especial de comunicación. Hasta el punto de llegar a abandonar la escritura, el canto, la pintura, la fotografía o cualquiera que fuese el campo en el que se expresaba. Por el contrario, mientras más alto se encuentra, más es capaz de producir, mejor y más rápido llegarán las ideas y las formas a su mente y más rápido podrá llevarlas a cabo. Y mucho más probable es que el producto final sea todo un éxito.
Estoy segura de que tú puedes, si lo consideras, hallar muchísimos otros ejemplos, de tu propia experiencia y observación.
Es cierto que muchos grandes artistas que ya no están con nosotros fueron seres atormentados por sus demonios propios y ajenos. Pero es una falacia concluir que su tormento fue el motor de su creación. No lo fue. Fue el freno.
La pregunta, entonces, debería ser ¿hasta dónde habrían podido llegar si hubieran tenido en sus manos el control de sus propias emociones? Sólo imaginar la respuesta por unos segundos produce vértigo. La buena noticia es que los tendremos tarde o temprano de regreso y que cada día que pasa es más probable, no sólo que encuentren, sino que se den cuenta de que encontraron, el camino de salida del laberinto.